Si tengo que recorrer una distancia no caminable en esta época de pandemia, sigo prefiriendo el metro a cualquier otro medio de transporte. Uso el Uber solo en casos excepcionales, no me siento muy segura cuando viajo sola. Ahora que se quemó un cerebro de operación del metro chilango quedó afectada la línea que me lleva a casa de mi madre, mi antigua colonia. Tenía que ir a una cita, recoger unas cosas y ayudarle a Yoli con la cargada del súper.
Tomé el camino subterráneo largo. Me esperaban dos transbordos y el recorrido de una línea larga. Mascarilla y careta, gel antibacterial antes de subir al vagón, después de sentarme, al salir del vagón. Cambiar de línea en Mixcoac y luego en El Rosario. Me tomó apenas 10 minutos más del camino que usualmente recorro.
Al llegar a Mixcoac recordé mi época preparatoriana. Esta era mi estación. Con la línea naranja aprendí a usar el metro. Descubrí que aún recuerdo el orden de las estaciones. Reconocí que llegamos a Tacuba por la poca luz del andén. Así diferenciaba entre Tacuba y Tacubaya.
No siempre regresaba a casa en metro. A veces iba mi papá o mi mamá por mí. Pero el último año decidí que ya podía regresar todos los días a casa en metro. Sentir esa pequeña libertad, quedarme a platicar con mis amigas atrás de la escuela, en un jardín bastante agradable, y fumar con el uniforme puesto ante los ojos de condena de las monjas. Cuando era primavera, nos atrevíamos a quitarnos el chaleco. Era pecado hacerlo dentro de la escuela. No importaba que estuviéramos a casi o más de 30 grados, el chaleco debía permanecer por encima de la blusa escolar.
Desde entonces ha sido una relación más de amor que de odio con el metro. Por unos años lo dejé de usar, pero una siempre vuelve a los lugares donde fue feliz. Es el sitio donde más he leído. Todavía cuando me subo y me puedo sentar, siento esa sensación de me time. Compro la mayoría de mis libros pensando en si son de un tamaño aceptable para cargar y leer en el metro.
Alguna vez tuve una compañera en la clase de alemán que era conductora en la línea 3 del metro. A veces me platicaba sus aventuras como conductora. Tenía el primer turno del día, entraba a las 4 am y salía a la 1pm. Una día me la encontré en Universidad y otro día en Juárez, donde la ayudé a bajar a un hombre ebrio del vagón de las mujeres. “Te pones gel antibacterial”, me dijo una vez que lo logramos. Me reí y subí de nuevo al vagón.
Ahora el gel antibacterial es la mínima precaución bajo tierra.