Me puse la mochila. Apenas podía mover los brazos. Me vi al espejo. Toda azul: mezclilla, blusa y mochila, excepto mis tenis morados y naranjas. Decidí sacar un toper. Probé de nuevo y mucho mejor. Tiré la basura orgánica antes de salir del edificio.
Había más personas de lo que esperaba en el andén. Mientras llegaba el metro, recargué la mochila en una banca y guardé mis llaves y tarjeta de movilidad. Una vez arriba, sentí el peso de la computadora dentro de la mochila. Me la quité y puse de lado. Sonó el celular. Por lo general no hubiera respondido, pero esperaba una llamada. Respondí y al mismo tiempo llegó un anciano al vagón para pedir dinero. Como todavía ibamos sobre tierra, el ruido de Tlalpan apenas me dejaba escuchar la voz del otro lado.
Le hablo de HSBC. Miré hacia el techo. Ahorita no puedo atender su llamada, ¿me puede hablar como en una hora?. Insistió: mi llamada será muy corta. Mientras la señora sentada frente a mí le gritaba al anciano para que regresara y le recibiera unas monedas. Estoy en el metro y no puedo sostener el celular, disculpe, pero voy a colgar.
Cuando llegué a mi estación, antes de salir, un señor me preguntó: ¿aquí es para Universidad? Estábamos en la línea roja. No, señor, tiene que regresar sobre estas mismas escaleras y caminar un pasillo largo. Camine hasta que los letreros cambien de color. Es la línea verde la que busca. Me agradeció y deseó buen día.
Por la tarde, de regreso al edificio, también me tocó mucha gente, más gente que en la mañana. Milagrosamente logré sentarme. Además de la computadora dentro de la mochila, llevaba dos libros grandes, de 40 cm de largo, aproximadamente.
Me paré con tiempo para lograr descender en mi estación. Una señora quería pasar al mismo tiempo para sentarse en mi exasiento. La dejé pasar, pero no cupo por el pasillo. Le sugerí que me dejara pasar para salir del pasillo. Enojada me contestó: no puedo, para dónde me hago. Le sugerí de nuevo: bueno, deje que baje primero. Otra señora, indirectamente, me dijo: para la otra paga un taxi. Me sentí ofendida, como si fuera nueva en mi transporte favorito, pero no dije nada. Todes vamos en este vagón llamado vida.
Al llegar a la estación y bajar del vagón, escuché a un grupo de personas celebrar: lo logramos.