Voy a cumplir casi un año de tomar clases de forma virtual. No era lo que quería, nadie quería, pero es la mejor opción. Con mis compañeros actuales solo alcancé a convivir 3 semanas, aproximadamente, en persona. Entre clases, si nos encontrábamos en el Pumabús o en Copilcotlán, lugar de copias. También logramos tomar algunos cafés y compartir la comida, aunque no fueron suficientes para alcanzar cierta confianza de comunicación una vez que nos mandaron a nuestras casas.
Como todos en ese entonces, empezamos las clases virtuales pensando que solo sería un mes, luego un segundo mes. Me tocaba exponer los primeros días de mayo, que coincidía con el regreso tentativo a la universidad. Ahora ese regreso tentativo se ha disipado. Me hice a la idea que posiblemente realice toda la maestría de forma virtual. En un escenario muy optimista, acaso acudiremos de forma presencial al seminario de tesis el último semestre.
Nos hicimos amigos virtuales conforme avanzaron las semanas de confinamiento. Fue agradable encontrarnos cuando acudimos a dejar nuestros documentos a la UNAM y después cuando fuimos a recoger nuestras credenciales. Entonces, compartimos nuestras preocupaciones por el trámite misterioso de la beca y lo incomprensible de la letra del profesor de Lógica.
Antes de dedicarme de tiempo completo a mis estudios, trabajaba. Laboré casi 7 años de forma remota, desde casa. A mis amigos y familiares se les hacía muy raro que, con el paso de los años, dejé de esforzarme por hacerles entender esta modalidad de trabajo que ahora ha invadido a todo el mundo.
Con esa experiencia de teletrabajo pensé que podría sobrellevar muy bien las clases virtuales, pero se me ha hecho más difícil de lo que pensaba. A ratos es aburrido sin tener la compañía que hay en un salón, la plática, el chisme. Al principio me sentaba frente a la computadora minutos antes de la clase, desayunada, bañada, arreglada y lista para conectarme. Con el paso de los meses el orden se fue desmoronando. A veces terminaba de desayunar al inicio de la clase, sí me bañaba antes pero escondía mi cabello enredado, me ponía mis cremas faciales pero dejé de enchinarme las pestañas. Procuraba arreglar un poco la escenografía, que no se viera tan tirado, al final opté por sentarme frente a una genérica pared blanca. Al principio también veía muy arreglados a mis compañeros. En las últimas clases las cámaras apagadas eran comunes.
Casi siempre se oye alguna grabación chilanga. Por supuesto la más habitual es la de se compran colchones. Propusimos tomar un shot cada vez que la escucháramos. A veces se oyen las campanas que llaman a misa. En las últimas semanas la sirena de las ambulancias ha sido el sonido más frecuente.
Lo mejor han sido las mascotas. Cuando alguien decide participar y el perro también decide ladrar. El gato de una profesora tuvo mucha confianza desde el primer día. Mientras ella explicaba, el gato a su lado nos veía fijamente. Una vez el gato detuvo deliberadamente la función de compartir pantalla. Pero, como todos los de su especie, también demostraba su cariño y le ronroneaba a la profesora. Otro profesor tiene una perrita, su presentación fue acostada al lado de él con un chalequito rojo. En varias ocasiones detuvo la clase para atenderla y quien podría no hacerlo. Una vez porque estaba muy inquieta pues ya era hora de salir y otra porque vomitó. Pobrecita.
Las interrupciones cortaban la tristeza de la distancia. Tocan el timbre, la puerta, los ruidos de alguna construcción, pararse y abrirle la puerta al perro.
- Estoy dando clase, me da mucha pena, regrese más tarde, por favor.
- Ahorita no puedo, ante la petición de la hija: “me dijiste que ibas a desayunar conmigo”.
- Disculpen, voy a apagar mi micrófono un momento… después de unos minutos… Pasó algo físicamente imposible, el perro del vecino terminó de alguna forma en mi patio, a pesar de la cerca eléctrica. Pero fue con final final, no se preocupen, está bien el perro.
Vi libreros, otras paredes blancas, ventanas con persianas, cuadros de decoración. También intuí quien vive con sus papás por las vitrinas del comedor. Vi parte de la personalidad de mis compañeros a través de la pantalla. Aunque también están los sin rostro, que no sé cómo es su cara o su voz.
Mantuve mi cámara prendida lo más que pude. Dejar de ser la sin rostro.