52/12: Apego
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No puedo verla a la cara. Me enseña cómo el moretón va bajando. Apenas reacciono. La miro durante un segundo. Alcanzo a ver las heridas alrededor del ojo y en la mejilla.
Me enseñó su toalla. “Mira, con la que se estuvo parando la sangre mientras esperábamos”. La vi de reojo. Me espantó. Recogí los algodones y la toalla que dejó en su cama cuando Al llegó por ella para llevarla al hospital. “Me duele la rodilla”, me escribió desde ahí. “La van a coser, que dos puntos en la frente”, me escribió después Al.
Me espanté cuando la vi salir del hospital. Adolorida, apenas caminando. Un gran chipote en la frente. La vi cómo subió con dificultad al coche. Al llegar a casa, busqué el bastón que Al usó cuando lo operaron del tobillo. No saqué la silla de ruedas.
No puedo verla así. No sé qué hacer, cómo puedo ayudar, qué decir. Y entonces me enojo y después lloro. Me enojo porque no sé qué hacer, porque no puedo reaccionar y actuar, me pasmo. Me enojo conmigo, ya estoy grande, ya debería saber hacer estas cosas. Lloro porque el solo pensarlo me da miedo.
Ese día, cuando me fui, vi la sangre en el pavimento. Vi la marca de sus dedos con sangre. Aparté la mirada y lloré un poco de regreso a Filipinas. Lo bueno que la gorra y el cubrebocas me taparon. El deseado anonimato.
Me acuerdo del capítulo de Sex and the City, cuando Miranda llora en los vestidores mientras se prueba un bra. Se enoja con la señora que la atiende y luego ella la abraza. Tal vez es el consuelo que buscamos y a veces no sabemos dar ni recibir. Hoy, en el camino de regreso a Filipinas, llegué a la parte donde Vivian G. narra cuando se dio cuenta de su apego feroz.
Escucho música y fantaseo, escapo de esta situación, de este momento. En situaciones así, me siento como una niña. Apenas fue el día de la niñez, la próxima semana es día de las madres.
12 de 2022: Encontrar una salida.
12 de 2021: Fragmentos de la desintegración.
