8/52: A veces es demasiado

Laura
4 min readMar 21, 2024

Salí a caminar para despejarme. Eran alrededor de las 6pm, una hora complicada. Las ventanas de tranquilidad chilanga cada vez se hacen más cortas. Antes había una entre 4 y 5 de la tarde. Ahora apenas alcanzo una entre 10.30 y 11.30 de la mañana.

Un micro chilango-británico.

Me tocó ver una pelea, un ciclista accidentado y una ambulancia a toda velocidad. ¿En qué momento te puedes relajar en esta ciudad? Un motociclista le abrió la puerta a un automovilista porque, al parecer, este último intentó herirlo de alguna manera, tal vez atropellarlo. “¿Me quieres romper las piernas?”, le decía mientras le daba golpes. “¿Qué, muchos huevos? A ver, bájate” y le seguía pegando. El automovilista seguía sentado frente al volante. Me quedé paralizada. Mientras los coches tocaban el claxon, del otro lado del Eje una adulta mayor gritaba: ¡ya déjalo! Unas cuadras más adelante, en una esquina, estaba un ciclista en el piso con la bici al lado y el coche que aparentemente lo empujó o tiró. Unas personas lo acompañaban y ya estaba un patrulla ahí. Mientras esperaba a cruzar el otro eje, pasó una ambulancia a toda velocidad. Todo esto vi en menos de 40 minutos. A veces el DF es demasiado.

Así le dije el último día que nos vimos. “Todo es más grande, más gente, más coches, más distancia, más todo”. Sí sientes que te come, a veces. A menos que seas una de esas personas que nunca sale de su colonia gentrificada. “Así que me ha encantado Buenos Aires” y le dije algunas razones. Aunque supongo que, como en las grandes ciudades, también influye si vives en ciertas zonas o en una zona muy conectada al centro.

Cuando estábamos allá, A me decía que le sorprendía que no tuviera alergia: “puedo respirar”. Las dos notamos el aire más limpio y el cielo más azul. Hasta mi cabello se veía diferente, tal vez era el agua de la regadera. Algunxs porteñxs me dijeron que el agua de la llave era potable. Mientras estuve en Recoleta, la doctora me dijo que lo dejaba a mi consideración. Yo, como sea, hervía el agua cuando se me pasaba comprarla. Mi paranoia chilanga así me lo dictaba. Los automovilistas te daban el paso, no tenías que exigir. Podías pararte de tu asiento cuando el metro se detuviera en la estación. Había tiempo suficiente para bajar. Qué triste en lo que nos fijamos como chilangxs. Ahora que regresó K de Argentina, me dijo: “me acordaba mucho de ti porque también podría vivir en Buenos Aires”.

En uno de mis últimos días estaba viendo las rutas de los camiones para ver cuál era el número que tenía que esperar. Un señor me preguntó cuál lo llevaba a cierto lugar y le dije que no sabía. Estoy de visita. “También estoy de visita, ¿de dónde es usted?”, había escuchado mi acento y ya le había hablado de usted. Un día me dijeron: “pensamos que eras de acá, pero luego hablaste y no supimos de dónde eras”. De México. Guardó silencio y mientras veía el mapa dijo: “aaaahhh, mexicana… Yo soy salteño”. Le dije que en México yo era medio norteña y platicamos en lo que llegó mi camión. Por fortuna ya había alguien más en la plataforma para preguntarle por su ruta, un hombre trajeado que le ayudó a ubicarse en el mapa.

Le platicaba a V que no me da miedo que me asalten en el DF, pero sí encontrarme a un hombre en una calle sola, en la noche o sola, que me diga o haga algo. En el último mes he peleado con dos hombres en el metro, uno porque le pedí que se saliera del vagón de mujeres y tuvo que intervenir una policía mujer. Otro porque no me dejó rebasarlo en las escalares, ocupó todo el espacio a propósito y al final otro hombre me dejó pasar. Obviamente me da miedo que me sigan hacia la superficie.

Aunque a veces pasan buenas cosas, a pesar de todo, el DF sigue siendo mi ciudad. Decidí innovar e irme en micro a Coyoacán. En metro puedo andarte lo que quieras, hacer los transbordos que tenga que hacer, en un maratón subterráneo, ganaría; pero qué difícil se me hace interactuar en los camiones, micros y metrobusas. Esperé el micro frente al Oxxo (que ahora es mi sucursal favorita porque me hice amigui de un cajero). Un servicio de microbus premium, hasta tele tenía. Me acordé de la patria de mi hermani perdido. No se llenó y me pude cambiar a un mejor asiento acolchonado para agarrar el pasamanos e ir viendo por la ventana.

Cuando aterricé, mientras esperaba el taxi en el aeropuerto a la 1 de la mañana pensé: en mi perra vida me imaginé estar en Buenos Aires. En el camino, platicaba con el taxista y escuchábamos una memoria USB con los éxitos de Soda Stereo. Así de rápido, para irme ambientando. Entre otras cosas, le pregunté si era muy difícil cruzar las avenidas, qué oso, mis traumas chilangos. Sentí que son ligerxs, mientras que en chilangolandia somos pesadxs. Se me hizo de lo más amable que, sin que yo se lo pidiera, esperara a que yo entrara al edificio para emprender el camino de regreso al aeropuerto.

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