Hace una semana pasé mi primer temblor sola en el departamento de la Portales. Ese viernes expuse en el Seminario 4E un paper que leí por primera vez hace un año y medio, aproximadamente, cuando estaba terminando mi tesis de la licenciatura. “A ver qué te parece”, me escribió mi tutora cuando me envío el artículo por correo. Fue una de las razones por las que me animé a seguirle con la maestría, así que cuando la coordinadora del seminario preguntó si alguien quería exponer ese texto, inmediatamente me ofrecí.
Tuve la semana pasada bajo control, hasta como por ahí del miércoles que me di cuenta que no la iba a hacer. No me conecté a mi clase del jueves y apenas terminé mi exposición para el seminario. La terminé como a la 1am del viernes. Esa desvelada provocó que estuviera ida toda la tarde, después del seminario, una vez que pasó el efecto del café grande que compré por la mañana.
Estaba en mi escritorio cerca de la puerta cuando escuché que unos vecinos bajaron rápida y ruidosamente las escaleras. Es viernes, pensé. Sonaba Diesel Power de The Prodigy en el programa que escuchaba de la BBC6. Le subí. De ratito, volteé a la puerta y vi que se balanceaban las llaves colgadas cerca de la puerta. En mi estado de letargo, volteé al otro lado y vi el tubo para abrir las persianas unirse al movimiento. Recibí un mensaje de socia creativa, que también es mi vecina. En ese momento me hizo clic.
Abrí la puerta y bajé. Todo el edificio estaba abajo, toda la calle estaba llena. Vi a socia creativa, me acerqué y entonces me di cuenta que no traía cubrebocas. Intenté taparme con la manga de la sudadera. Me presentó a su vecina de temblores, cuyo departamento veo desde una de mis ventanas.
No tenía clase al día siguiente. Pensé en recuperar las horas de sueño y no puse la alarma. Entre sueños alcancé a escuchar la alerta sísmica. Me paré, no me había quitado el pants durante la noche, así que solo metí mis pies en los tenis. Agarré el celular y salí de mi cuarto poniéndome una sudadera. A petición de Norteño, anoche había colgado un cubrebocas en la puerta. Me lo pusé y abrí. Me encontré al vecino de al lado también en piyama, ahora él no traía cubrebocas. “¿Es la alerta, verdad?”, apenas le contesté que sí y se echó un gritito, entre miedo y nervios. Cuando apagó mi música, a veces lo escucho gritarle a la tele; alcanzo a distinguir el ruido de un partido de futbol.
También estaba la calle llena. Aunque ya no tardé tanto esta vez en bajar.