Cuando apenas iniciaba mi carrera en el periodismo, me mandaron a la sección de Espectáculos. Pronto se dio cuenta la editora de que yo no sabía mucho al respecto y me reasignó a las entonces descuidadas áreas de Ciencia y Arte, que eran parte de Espectáculos. Nunca publiqué nada ahí bajo mi nombre. Mi trabajo era recabar información para los reporteros de verdad.
Por un tiempo me dejaron ir al Hospital La Raza, al edificio de especialidades, a los pisos destinados a los trasplantes y donación de órganos. Tenía que entrevistar a médicos y aprovechaba para sacar información para mi proyecto de titulación. Solo que yo prefería hablar con los pacientes y sus familiares. Algunos pedían hablar conmigo y pensaba en lo que alguna vez me dijo mi papá: la gente confía en ti. Fui todos los días durante tres meses. Tenía que llegar antes de las 8am si es que quería hacer la ronda junto a los médicos y residentes. Como era área restringida, además de registrarme, tenía que usar bata y cubrebocas. Y ahí estaba yo, con la bata que me camuflajeaba con los médicos y por debajo mis Converse con agujetas de los Sex Pistols.
Ahí empezó mi reflexión sobre cómo planeaba donar mis órganos al morir si en vida nunca había donado nada. ¿Cómo hacer las grandes acciones cuando no puedes hacer las mínimas? Conocí las historias de los pacientes, casi todos recibirían un riñón de un familiar. Me platicaban lo difícil que era seguir el protocolo para llegar finalmente a la operación donde se realizaría el trasplante. Una vez el médico-director del área me comentó que recibirían un donador cadavérico que llegaría en helicóptero y me invitó a estar presente durante la operación. Ahí estuve hasta que me empecé a sentir mal. Casi vomito. No me dio vergüenza porque ya había visto, en otras ocasiones, a algunos residentes llorar o vomitar.
Años después, un amigo necesitaba varios donadores de sangre por la operación de un familiar. Me ofrecí. ¿Estás segura? Hay varios requisitos. Los cumplí todos y me presenté en el Hospital General. Sorprendentemente, resultó que soy buena donadora: no me siento mal, cumplo los requisitos físicos y no tienen problemas en encontrar mi vena. Desde entonces me propuse donar sangre una vez al año. Leí que en España, uno de los países donde más se dona, algunas personas lo hacen el día de su cumpleaños. He logrado hacerlo cada año o año y medio.
Hace un año y medio operaron a mi hermano mayor-mayor, el mismo día que yo tuve un examen maratónico, de más de cinco horas, de Teoría del Conocimiento. Ni mi cuñada ni mi mamá podían donar, así que pude cumplir mi propósito en la época más dura de la pandemia.
Estaba esperando donar este año para, después, ir por mi tatuaje del metro y la neurona. Uno de los requisitos es que no te hayas realizado un tatuaje o piercing en el último año. Al fin pude ir y coincidió con el día de la donación altruista. Me gusta tener el pretexto de cenar tarde. Una vez me regresaron por ayuno prolongado y me pesaron porque no estaban seguras si cumpliría el requisito del peso. Es que está chiquita, escuché murmurar a las enfermeras.
Por lo general voy al hospital donde nací. No sé, para reforzar el regreso. Esperé más de lo común, pues llegaba personal médico y, por sus actividades, debían donar pronto. Empecé a engentarme e inicié mis ejercicios de respiración cuando me llamaron. El médico que me tomó mis signos vitales me felicitó e intentó hacerme la plática, pero yo seguía engentada. Llegó una enfermera y me preguntó cosas, vamos a esperar un poco en lo que se normaliza tu pulso.
Me acosté en el sillón y me colocaron la aguja en el brazo izquierdo. Vas a abrir y cerrar la mano. Nunca siento el piquete, pero sí me cuesta abrir y cerrar la mano. Siento como se jala todo, pero nada que me detenga, y me tomo el Boing que te dan. Mi estrategia es no ver: no ver mi brazo, no ver la aguja, no ver las bolsas, ni las mías ni las de los otros donadores. Vi a un donador que estaba tomando fotos de su brazo y desvié mi mirada. El color vino me apantalla.
Ya terminaste de donar. ¿Cómo te sientes? Estaba preparándome para bajar del sillón cuando se me acercó una mujer. ¿Qué quieres de desayunar? Hay tacos de canasta de frijoles, papa o chicharrón. En cualquier otro día, el hospital te da un pase para un desayuno en el comedor. Un sándwich, un plátano y una gelatina, además de alguna bebida. Un taco de frijoles y otro de papa, por favor. También me tocó gelatina, amo las gelatinas de hospital, y un vaso de sidral. Entre el ayuno y que rara vez tomo refresco, reviví.
Estaba a punto de darle una mordida a mi taco, cuando todos se acercaron rápidamente a un sillón. Era el paciente que fotografiaba su brazo. Se sintió mal. No alcancé a ver que le dieron y reclinaron el sillón. Después lo escuché pedir sus tacos.
Mientras desayunaba, la misma enfermera que me hizo la plática, me preguntó si podían tomarme una foto para subirla al Facebook del Banco de sangre. Acepté. Me limpié la boca y medio acomodé mi cabello. Usé la bolsa que me regalaron con la leyenda “Yo doné”. Llamaron a los Vengadores para que posaran a mi lado, Pikachu no cupo por la puerta. Nos tomaron la foto, me terminé mis tacos y me despedí. Me fui comiendo mi gelatina de regreso a casa.