25/52: Atravesar la jungla

Laura
3 min readJul 5, 2022

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Participo en unos círculos de paz que se están organizando en el Instituto de Investigaciones Filosóficas. Hasta donde he podido entender, porque invariablemente hay aspectos que se me escapan o con los que no estoy de acuerdo, es un proceso de justicia restaurativa. Nos han dado pláticas, talleres y lecturas, pero yo sigo sin sentirme lista.

La última dinámica estuvo cargada emocionalmente. De por sí, ahora que me dijo la psicóloga que me dé la oportunidad de llorar, si es lo que siento, y que sea paciente con mis emociones. Ya casi ha pasado una semana desde el último círculo y todavía me resuenan palabras que se dijeron ahí, testimonios, mi propio testimonio y reclamos.

Me siento en medio del lodazal que dejó la jungla académica y la maquinaria de la UNAM a raíz de la forma en que manejaron un problema de acoso sexual por parte de un profesor del Instituto y hostigamiento académico por parte de la institución hacia una entonces alumna de mi posgrado.

Todavía siento las palabras y emociones bien revueltas. Por ser representante llegan a mí testimonios, discusiones que se tienen en el comité, quejas, chismes, más contexto del problema. Algunos los puedo compartir, otros los debo guardar por ser confidenciales. Este problema fue un suceso que marcó mi paso por la maestría, para bien y para mal.

Para mal porque fue difícil compartir espacio y tener que fingir que no tenía problema. Me sentí culpable por no hacer nada, por no decir nada, más que firmar varias cartas condenando la violencia de género. Condenando enérgicamente, como diría el rector. Me dolió percatarme que, una vez más, el sistema no arropa a la sobreviviente. También afectó mi forma de relacionarme con algunos de mis compañeros de generación y, de forma indirecta, parte de mi relación con el filósofo.

Las abogadas de la Defensoría de los Derechos Universitarios me recomendaron asistir a terapia a raíz de lo que escribí en mi narrativa que abarca los sucesos de un año de maestría. Después, por la tristeza que vino junto al Covid, me inscribí voluntariamente al servicio de Espora. Ha sido mi verdadera roca en este mar de emociones.

Para bien porque he fortalecido lazos de amistad con amixes de la maestría, compañerxs del doctorado y del otro posgrado en Filosofía. De otra forma, por la virtualidad pandémica, no les hubiera conocido. Hemos hecho comunidad, de esas que aparecen y desaparecen espontáneamente. Una comunidad inconfesable como dice Maurice Blanchot.

Pero eso no elimina el hecho de que me siento expuesta mientras atravieso la jungla, demasiado expuesta. Debo cuidarme de lo que digo y a quien lo digo. No hacer ruido o hacerlo pero estratégicamente para que los ojos de los patriarcas y pocas matriarcas te noten en tu mejor momento. Que apuesten por aquellos que reproducen su conducta. Aunque a veces he resultado ganadora, también me siento herida, el trato de silencio que he recibido por parte de unos compañerxs, ahora excompañerxs, me lastima. Me siento cansada por el trato machista (por micromachista que sea) de otros porque no saben tener a una mujer en sus espacios tradicionalmente masculinos. Qué tan cansada y herida llegaré, si es que llego.

Una de las preguntas del último círculo de paz fue: ¿qué sentiste cuando te aceptaron en la UNAM? Debíamos escribir una frase y tres emociones. Recordé que solo quería estudiar Filosofía y ahora me pregunto qué hago aquí.

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