A pesar de que no empecé al 100 el año, terminé muy bien. Casi muero por agotamiento durante el segundo semestre de la maestría y el resultado por forzarme a tener citas me bajoneó un tiempo. En el verano recargué energía, me replantée varios deseos y empecé a correr. Conocí a Lalita en Ciudad Victoria quien, entre otras cosas, me dijo que iba a encontrar de nuevo la manera. Poco a poco volví a la rutina que me dio ganas de vivir la segunda mitad del año.
Logré varias cosas en la universidad: por fin pude presentar mi examen de la licenciatura y obtuve la mención honorífica, presenté por primera vez en un congreso de filosofía y fui electa representante estudiantil de la maestría. Nada mal para otro año pandémico.
También, después de un año de estar encerrada, salí más con mis amigues y con En, un hombre increíble. Me recuerda a no tener miedo de vivir. Hace unos días me envió esta canción; así me hace sentir. No tengas miedo de amar y ser amada, como más o menos decía el grafiti de flamingos por el que pasaba rumbo al parque para correr.
Mi primer año completo de vivir sola. Ya pude recibir algunas visitas y organizar pequeñas reuniones. Me ha gustado poder hacer eso. Me recuerda lo que he logrado desde que solo tenía una mesa y dos sillas, una mesa que era mi escritorio y comedor, una silla que le regalé a Don Ag. y que todavía veo cuando paso frente a la portería. Una de mis reuniones favoritas fue recibir a mis amix de la maestría para celebrar los resultados de las elecciones de representantes.
Fue un año que viajé con cubrebocas. Conocí un géiser en Hidalgo, subí el cerro de Chalcatzingo, visité a mis queridas primas en McAllen, pisé el suelo de Reynosa, fui al calor de Victoria.
Este año me uní al 52 Week Writing Challenge, que conocí gracias a Idalia y Abril. No escribí las 52 semanas, no alcancé las 52 entradas, dejé varios borradores. Pero ya estoy lista para escribir en 2022.
